EL JUEGO COMO PROCESO DEL DESARROLLO COGNOSCITIVO
Por: Salvador
Villarreal
salvadorvglz@yahoo.com.mx
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¿Qué es el juego? Como nos
lo señala Wallon (1972), cuando los adultos miramos el juego en el niño no
vemos en ello más que una actividad de entretenimiento, de diversión, de recreación
o la relajación de una actividad seria y responsable.
Tal vez por estas ideas es común encontrar que la escuela regular,
excluyendo el nivel preescolar,
casi siempre no permita ni tolere la actividad de juego en el aula; a
veces incluso la castiga, pero generalmente la limita a un período de tiempo
escolar restringido: el recreo.
Hay muchos maestros que equiparan la actividad escolar como una
«actividad de trabajo»; otros más plantean que se trata de una «actividad de
estudio». Pero ambas posiciones coinciden en que la actividad escolar exige una
disciplina y consideran que una actividad disciplinada es incompatible con la
actividad del juego, como si en el juego no se diera la disciplina. ¿Cómo se
podría trabajar y jugar? ¿Cómo se
podría estudiar y jugar? La oposición es manifiesta; al juego en el aula se le
ve como una <pérdida de tiempo> cuando el niño podría
ocuparse de una actividad más seria.
Sin embargo, el adulto puede llegar a reconocer la existencia de
actividades de juego altamente organizadas que presentan un sistema de reglas,
amplio y detallado, y que no sólo exigen grandes esfuerzos, comparables a los
de cualquier trabajo, sino además una disciplina intrínseca a la actividad del
juego. Los juegos deportivos son un claro ejemplo de ello.
Ciertamente que no podemos negar que el niño pueda
realizar, a cierta edad, actividades de trabajo; ni cerramos los ojos como para
no ver en los niños que venden periódicos, chicles, etc., actividades
caracterizadas como «de trabajo» ¿Pero es ésta una condición de la infancia o
de la sociedad?
El maestro de Preescolar o de la Escuela Maternal es quien más ha
valorado la actividad de juego en el terreno de la educación; no sólo
considerándola como fundamental en la vida del niño, sino necesaria como
instrumento de la labor educativa que pretende; no sólo tratando de respetarla
sino hasta de promoverla y fomentarla.
Pero, ¿cuál es la razón de que la actividad de juego,
el juego, sea considerada como fundamental en la vida del niño? ¿qué es lo que
la investigación psicológica ha aportado sobre el juego en el niño y su papel
en la evolución o desarrollo de su persona?
En
Psicología, particularmente en Psicología Genética, todos los estudiosos
coinciden en un hecho: el juego, la actividad de juego, es fundamental en la
vida del niño, en tanto cuanto ella «jalonea» su evolución mental; análogamente a
como el trabajo lo hace en la vida del adulto.
En el estudio del juego podemos encontrar dos grandes
orientaciones: una, centra más su atención en relación al desarrollo del
proceso cognitivo, el juego visto en el proceso formativo de la inteligencia y
el pensamiento; otra, en cambio, lo centra en relación al desarrollo del sujeto
como persona (lo cognitivo y afectivo integrado), el juego visto en el proceso
formativo del ser humano. Entre los principales exponentes de estas
orientaciones podríamos ubicar a J. Piaget en el primer caso; y a H. Wallon y L.S.Vigotsky, en el segundo.
En efecto, el juego puede ser estudiado como proceso
del desarrollo cognoscitivo, siempre y cuando no se cometa el descuido de no
apreciar al juego como una actividad vital, fundamental y necesaria en la
evolución del niño, como sujeto humano, como persona.
Dentro del proceso del desarrollo cognoscitivo, Piaget
(Piaget e Inhelder, 1969; Piaget, 1975a) considera al juego como una actividad
de asimilación pura y deformante a la vez, funcional y reproductiva, se
caracteriza por comportamientos
que no necesitan nuevas acomodaciones y que se reproducen por un puro «placer
funcional», es decir, el placer que despierta su pura realización (como un esquema
de acción que se realiza en el vacío) y el sentimiento de virtuosidad o
potencia que produce, aparte de las explosiones emocionales de alegría y el
encanto de la actividad, como otras manifestaciones características.
Además, el juego presenta una evolución que se
corresponde, de etapa en etapa, a la que sigue el desarrollo de la
inteligencia: el juego viene a ser una actividad a la que tiende el proceso
cognoscitivo; es decir, el juego es una actividad cognoscitiva especifica, es
uno de sus polos: la asimilación. En cada etapa de evolución de la inteligencia
encontraremos una actividad de juego característica de la misma. Esto permite
afirmar que el juego evoluciona de etapa en etapa; pero también permite afirmar
la importancia que tiene la actividad de juego en esta evolución.
Piaget (1975a) afirma que en el periodo sensorio-motor
de la inteligencia, la actividad cognoscitiva del niño puede reconocerse en
tres grandes grupos: juego, imitación y actividad adaptativa. Así como al juego
se le considera una actividad asimiladora pura; a la imitación se le considera
una actividad de acomodación pura, es decir, reproducción (por medio de gestos
o de imaginación) de las acciones a las que está obligado a adaptarse a lo
real. Sin embargo, la imitación pura y simple de lo real es una adaptación
deformante, en tanto no ocurra una asimilación de lo real al yo.
El juego como actividad asimiladora
pura resulta también ser una actividad asimiladora deformante, en tanto cuanto
lo real queda asimilado al yo sin limitaciones ni cortapisas, sin coacciones ni
sanciones (en realización imaginaria). La imitación y el juego son así los dos
polos de la actividad cognoscitiva (asimilación - acomodación) pero
encontrándose aislados, puros. Es en la actividad adaptativa donde los
encontraremos en una relación de equilibrio que caracteriza a la inteligencia
como actividad cognoscitiva. Ahora bien, para Piaget (1975b), durante el periodo
sensorio-motor el juego y la imitación marchan por separado como actividades y
procesos que toma la actividad cognoscitiva del niño. Ambas son la prolongación
de la actividad adaptativa. Inmediatamente después de una actividad adaptativa
ésta se continua y prolonga como actividad de juego o imitación. Pero recién el
niño inicia a diferenciar medios y fines (del IV-VI, estadio sensorio-motor),
el juego y la imitación presentan una tendencia cada vez mayor de integración,
de coordinación y asimilación recíproca. Es entonces cuando aparece el «juego
de imitación», el «juego de ficción» y/o la «imitación representativa»,
generándose y produciéndose así un nuevo proceso evolutivo en la actividad
cognoscitiva del niño: la «función simbólica o semiótica», que origina
tanto la representación imaginada como el pensamiento verbal. De esta manera
ocurre una transformación en la estructura de la inteligencia en el niño: de
sensorio-motora pasa a ser representativa, caracterizada por un pensamiento
intuitivo.
Vemos pues que la conjugación de juego e imitación
conduce a la formación de la función simbólica, pero ahora, en este caso, el
juego se caracterizará por ser un «juego simbólico» en donde se
trata tanto de un juego de imitación o ficción como de imitación representativa:
Ejemplo: S. [1, (8)]
Toma la escoba, la coloca entre sus piernas quedando
la parte inferior en superior. Luego, hace varios sonidos con la boca,
semejando el ruido que hacen los caballos al trotar por pavimento.
Simultáneamente o después, inicia a caminar o correr con la escoba entre las
piernas. Esta actividad la realiza estando sólo o en compañía de otro niño; con
o sin incitación de un adulto.
En este ejemplo de juego simbólico podemos apreciar
que la escoba viene a representar un caballo. Pero si la escoba viene a ser un
objeto que sustituye o simboliza a otro es porque participa dentro de una
acción de la que toma su significado. Por lo tanto, debemos considerar que la
escoba no sólo representa al objeto ausente que sustituye, sino también lo
hacen los movimientos ejecutados ficticiamente sobre él. Veamos otro ejemplo
para aclarar más la idea.
Ejemplo: S. [1, (8)]
Estando sentados a la mesa de la cocina, S. se acerca
con las manos enconchadas y dice: “ten, ten, ten”. Luego dirige una mano a la
otra que mantiene enconchada y hace movimientos como si agarrara algo entre sus
dedos. Después la dirige hacia mí con un gesto de ofrecimiento y dice: “pápa “.
Luego repite esto varias veces. Yo
hago como si tomara en mis manos lo que me ofrece, hago el gesto de llevármelo
a la boca, de masticarlo y comerlo, haciendo muecas y expresiones de buen
gusto y satisfacci6n. S. se ríe y
repite esta actividad por varias veces.
El niño imita que es comida lo que tiene entre sus
manos y juega con esa imitación. Prácticamente estamos frente a un objeto
totalmente ausente, no hay un objeto presente que lo sustituya y sin embargo,
la sopa es evocada, re-presentada, imaginada por todos los gestos y movimientos
habituales que le corresponden.
Esto señala ya la construcción de un «objeto
imaginario», de un objeto ficción; el niño sabe que está jugando y que su comida no
es real. Además, como dice Wallon, al fingir que cree, elabora una nueva
ficción que le divierte y se superpone a las otras, pero también le divierte la
credulidad cómplice que logra imponer al adulto que lo sigue en el juego.
Este objeto con que ahora opera la actividad
cognoscitiva del niño es un símbolo, en tanto que implica la representación de
un objeto ausente generado ya en el juego simbólico. La actividad cognoscitiva
deja de ser sólo sensorio-motora y pasa a ser una actividad simbólica. Aquí la
imitación aporta los elementos significantes o simbolizantes a través de los
gestos imitativos, y el juego aporta
la estructura de lo significado o simbolizado a través del contenido y
forma de su actividad.
El objeto presente es asimilado al objeto habitual de
los gestos imitados; pudiéndose tratar de un objeto real (escoba caballo) o de un objeto
imaginario-ficción ( pápa = comida, sopa). Pero este objeto presente
generalmente se corresponde total y directamente con el objeto habitual, aunque
los liga una relación de semejanza.
El niño no escoge cualquier
objeto real que se encuentre para
representar un caballo; hay siempre una motivación en la elección.
Así pues el objeto presente (real) y los gestos
imitativos (objeto imaginario) sirven de estructura significante o
simbolizante, mientras que el objeto ausente y los esquemas de acción que lo
asimilan constituyen la estructura de significación o simbolización respectiva.
Pero hay aquí ya representación; una situación no dada, no perceptible, es evocada mentalmente por
medio de objetos y gestos presentes.
El niño entra así a un nivel cognitivo exclusivo del
género humano. Al hacer presente lo ausente es capaz de rebasar lo inmediato, y
de ensanchar los límites espacio-temporales de su actividad adaptativa. Pero
este pensamiento intuitivo naciente de la coordinación gradual de las
relaciones representativas, no deja de ser aún experiencias mentales imaginadas
que imitan las acciones reales del niño,
Cabe señalar que el niño no sólo las acciones que
realiza sobre los objetos son las que introduce como juego, sino también las
acciones que entabla con otras personas. Muy rápidamente, todo aquello que se
relacione, de una u otra manera, con el mundo de los adultos ejerce una
seducción sistemática; demanda compartir casi todas las actividades del adulto
y actuar sobre aquellos objetos que ve frecuentemente en sus manos o cuerpo.
Vigotsky (1979) señala que en ocasiones los niños
hacen coincidir la situación lúdica o de juego con la realidad. Ejemplo: Dos
hermanas de 5 Y 7 años, se decían: vamos a jugar a ser hermanas. Ciertamente
que en la vida real la niña se comporta sin pensar que es la hermana de su
hermana; pero en el juego de ser hermanas ambas están enfrascadas en la representación
de sus respectivos papeles, esto las obliga a respetar unas reglas de
conducta y solamente las acciones que se ajusten a ellas pueden ser aceptadas
en el juego. Ahora bien, aquello que en la vida real pasa inadvertido para el
niño, en el juego se convierte en una regla de conducta, y en un conocimiento
explícito. En el ejemplo anterior, la niña trata de ser como ella cree que debe
ser una hermana y por el juego, entonces, llega a comprender que las hermanas
tienen una relación entre sí distinta de las que mantiene con otras personas.
Hemos tratado de presentar algo de cómo y porqué el juego resulta fundamental
para la vida del niño, particularmente en su desarrollo cognoscitivo. Sin embargo, faltan temas
complementarios a abordar de cómo evoluciona el juego simbólico a juego de
reglas o a juego de construcción; de cómo evoluciona el símbolo a signo o los
preconceptos a conceptos; de la evolución del pensamiento intuitivo a
operatorio y de cómo el juego participa en el desarrollo afectivo y social del
niño; de cómo permite la realización de deseos insatisfechos, liquidando
conflictos o compensando necesidades no satisfechas; de cómo el juego es una
actividad de liberación y expansión del yo, pero instrumento esencial en la
construcción complementaria de la conciencia del yo y del otro; etc.; resulta
evidente, a pesar de ello, la enorme influencia que tiene el juego en el
desarrollo del niño. Así pues, el juego es un asunto muy serio en la evolución
psicológica del niño.
Ahora sólo nos queda decir que el educador o maestro
de preescolar o maternal hace bien en estimar al juego como una actividad
necesaria a integrar en su labor educativa. Sin embargo, resulta inquietante
encontrar tendencias que tratan de ajustarse más a una educación que plantea
más exigencias al niño y reduce cada vez más las oportunidades de juego.
Por otra parte, el maestro en su afán de utilizar el
juego como instrumento didáctico, en al afán de hacer jugar a los niños y que
además les resulte instructivo, hace generalmente planteos de actividades de
juego diseñados o estructurados, y que muchas veces son más bien «actividades
de trabajo» que los niños siguen ante la petición de autoridad de la maestra,
si bien luego empiezan a encontrarle cierta diversión y juego en la
actividad.
Ciertamente que todo juego tiende espontáneamente a
estructurarse (los juegos de reglas son la expresión más desarrollada del juego
estructurado), pero cabe advertir y recordar que el juego es una actividad
espontánea cuyo fin es el placer de su realización y que obedece a los
intereses y necesidades del niño; así pues, cuando se impone u obliga (por el respeto o la autoridad) a jugar
y se procura como actividad utilitaria, como medio a un fin distinto que el
juego en sí mismo, entonces, pierde su atractivo y encanto y por ello su
carácter de juego propiamente dicho, y pasa a ser así una tarea obligada.
Por último, si el juego puede ser visto por el adulto
como una infracción a la disciplina o a las tareas y obligaciones cotidianas,
cabe señalar entonces que el juego más que negar o renunciar a ellas, las
presupone.
Salvador Villarreal
Monterrey, N. L.
Marzo, 1985
BIBLIOGRAFIA
Piaget, J.; Inhelder,
B. (1969). Psicología del niño.
Madrid: Ed. Morata, S.A..,.
Piaget, J. ( 1974). Las
reglas del juego. En El criterio moral en el niño. Barcelona: Ed. Fontanella
Piaget, J. ( 1975a).
Psicología de la Inteligencia. Buenos Aires: Ed. Psiqué
Piaget J. ( 1975b). La formación
del símbolo en el niño. México: Ed. Fondo de Cultura Económica.
Vigotsky, L.S. (1979).
El papel del juego en el
desarrollo del niño. En: El desarrollo de los procesos psicológicos superiores.
Barcelona: Ed. Grijalbo; Col. Crítica,
Wallon, H. (1972). La
evolución psicológica del niño. Buenos Aires Ed. Psiqué
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